miércoles, 30 de mayo de 2012

Recuerdos de Sísifo

Recuerdo el temeroso momento de mi nacimiento. Esa hora crucial en la que las sensaciones me invadieron, y todo frío y calor, se fundieron en mi boca; en los vientos del grito que fue a su vez mi llanto primero. Recuerdo a mi madre, Eranete, durmiéndome en su pecho y esa primer melodía del palpitar materno con la que solía serenarse mi encabritado corazón.

Recuerdo mis manos de infante sobre la fría roca y la hierba mojada con sabor a húmedos minerales. Los colores vívidos y brillantes que me fascinaron, mis primeras palabras abridoras de mundos. Mi padre, Eolo, alejándose de la casa hasta volverse uno con el paisaje frondoso.

Me recuerdo de niño, sudoroso y feliz, corretiando las aves. Chapoteando en el mar, mi primera sustancia, permitiéndole a las olas cosquillear mi abdómen blanco y redondo. El primer pez que cayó en las redes que el padre de mi padre confeccionó para mí, y fue el más sabroso de los alimentos que mi paladar degustara por saber a mar y a profundas aguas, pero también a esperanza y sueño.

Recuerdo el volcánico despertar de mi cuerpo, la sangre fulgorosa atropellándose como magma en mis venas. El primer instante en que mire a una dama y conocí el deseo de mezclar mi cuerpo con la savia animal de otro cuerpo.

Recuerdo a Mérope, la mujer que fue para mí mas valiosa que mi aliento. EL tibio contacto de su cercanía con la que disipaba el frío nocturno. La simiente que acobijó sus entrañas y fue nuestro primer hijo, el más hermoso de los seres.

Recuerdo los oficios, la lluvia sobre la pradera, el pájaro matinal, la misteriosa niebla, las noches en un mar como en un vientre convulso, la amistad del vino, las frescas aguas, la procesión de hombres, los cantos, los poemas y el silencio ante la contemplación del fuego.

Todo esto recuerdo mientras cargo mi roca. Los dioses, envidiosos, me han destinado este trabajo inútil. Día tra día, noche tras noche, en un espacio sin fin, en un tiempo sin cuentas, cargo mi roca hasta lo alto de una cima, desde la cual la enorme piedra caerá al precipicio al que debo descender para volverla a cargar. Esta es mi eternidad.

Con el fin de que mi tormento sea insostenible, apresaron mi mente con el indestructible grillete de la conciencia, pobres ilusos. No saben que en ella abita mi memoria, y en mi memoria cada día, cada momento. El infierno de esta conciencia es en verdad mi paraíso. Cada grano de esta enorme roca me lo he ganado. Es mío, y volvería a elegirlo si es el precio que debo pagar por engullir la vida con todos sus sabores.

Bendigo cada paso en este infierno, cada calambre de mis músculos, cada segundo de cansancio porque ellos fueron paridos por todas mis sonrisas, por todas mis vivencias y por todos mis desenfrenos de hombre vivo hasta los huesos. No me lamentaré nunca y con gusto cumpliré mi condena. Y si algun día de este "para siempre" la fatiga amenaza con vencerme, o si este castigo lascera mi espíritu, o el tedio intenta detenerme, yo miraré esta roca y recordaré que mi corazón amó hasta lo infinito.

1 comentario:

  1. Excelente, de verdad...me encanta.
    P.D : creo que al final quisiste poner "amó" en vez de "amo", no?

    Ariel.

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