miércoles, 30 de mayo de 2012

Como un pajarito indefenso

CAPITULO 1


Soy vida, somos vida, vida que toma una forma u otra. Vida que se hace conciencia que experimenta el mundo. Milagro, milagrito. Testigos del sol, y de lo que éste baña con sus poderosos brazos.

Mi vida tomó forma de árbol. Eso quiso ser mi vida, y esta bien así. Nunca deseé ser otro. Ni pájaro ni río. No envidié jamás la libertad de los perros nocturnos, ni la felicidad que deben experimentar los potros cuando galopan por el campo y el viento, invisible caricia, les arremolina las crines sudorosas.

¿Y por qué habría yo de desear ser otro que el que soy? ¿Para qué? si la mano que me concibió inamovible me alcanza el mundo y sus secretos Al fin de cuentas ¿qué saben el caballo y el perro, o el laborioso campesino, o el pájaro en ascenso de las profundidades terrestres? ¿Qué saben los peces o las algas de los perfumes de la brisa? ¿Y los panaderos, o las babas del diablo, o la incansable hormiguita, que conocen de los secretos del agua?

Yo, en cambio, que no vuelo como el ave, ni nado como el pez, que no recorro la tierra como el hombre, sé de todas estas cosas.

La sabiduría es la dádiva que compensa nuestra quietud. Y si digo "nuestra" es porque hablo en nombre de todos los árboles, de todas las especies, de todo el mundo.

Por eso los árboles no tenemos deseos.

CAPITULO 2


El mundo es vasto y se abre ante mí como un gran abanico circular. Los campos que me circundan han sido sembrados y cosechados inumerables veces. Los niños se hacen viejos sin notarlo. Y lo que no veo me lo cuentan los pájaros.

Ahora mismo observo a esa Tala. Se debe sentir lindo, cuando uno no es más que un arbusto salvaje, que un árbol de mi envergadura le preste algo de atención. Después de todo hay que ser solidario, ése es e destino de los árboes, refugio de las aves y de los hombres.

¿Ustedes se preguntarán como soporto sostener mi mirada ante un ser tan rústico y desgraciado? No es tan difícil. De tanto mirarle me acostumbré a sus espinos, ya no me parecen tran agresivos. Después de todo hasta un arbusto tiene derecho a defenderse. Y sus hojas pequeñas, que no son las más bellas, pierden su sencilla apariencia, cuando al caer el sol, se iluminan por obra y gracia de un fueguito y se asemejan, todo sol y viento, a pequeñas bailarinas luminosas. Lo mismo sucede en las noches con la luz de la luna, que al posarse sobre la pobre Tala pinchuda la tiñe de un fulgor metafísico y yo puedo, claro que todo esto es producto de la noche y la luna, imaginar en ella un hermoso secreto. Un secreto que se me vuelve hermoso porque no lo conoceré nunca.

Lo malo son las noches de densos nubarrones que ocultan cualquier astro. Es entonces cuando la Tala desaparece de mi vista como pez escurridizo. Y no es que me importe realmente, pero debe ser triste sentirse sola y con miedo, envuelta por las sombras, acosada por los ruidos silvestres. Y por las dudas miro en su dirección con la esperanza de que mi presencia atraviese lo oscuro y le lleguen mis ojos como una caricia lejana para que no se sienta sola. Y para qué mentirles, para que tampoco yo me sienta solo.


CAPITULO 3


Mi Tala se muere, me lo han dicho los pequeños insectos que recorren mi tronco. Y ha de ser cierto, porque los insectos no conocen la mentira y porque siendo primavera sus hojas comienzan a apagarse. En ella, el amarillo comienza a suplantar el verde, y los árboles sabemos lo que eso significa.

Por primera vez me duele estar quieto, mi falta de alas, de patas, de pies. EL hecho de no poseer, aunque más no sea, un abdomen escamado como el de una serpiente y llegar hasta allí. Cómo me gustaría poseer una lengua de tapir o de vaca y con ella engullir los insectos que te hieren.

Ahora que sé de tu muerte, de lo próxima que se halla tu ausencia, es como si la tierra, al espacio que nos separa se le sumaran más distancias, y te veo pequeña, desojada.

No conozco que hay más allá de tu cuerpo leñoso. No quiero saberlo. No quiero encontrarme un día con que tu no estás, con que al sitio que habitabas lo habite la pampa que no termina nunca.

No puedes, no puedes morir ahora que hasta tus espinos me parecen hermosos, y lo único que podría lastimarme de ellos es, paradójicamente, que me falten. Sauce llorón préstame por hoy el agua de tu cuerpo para que yo también pueda llorar.


CAPITULO 4


Por fin llegué. Desde que vi la muerte posarse sobre tus ramas como un buitre hambriento, no hice más que estirar mis raices, estos pobres dedos vegetales, hasta ti. Me tomó mucho tiempo pero no me detuve, ni de día ni de noche, ni cuando me azotó el inclemente sol ni aun cuando la escarcha matutina congeló mi savia.

Me tomó mucho tiempo, es verdad, pero un tallo verde que sale del costado de tu cuerpo me anuncia que aun no es tarde. Tus raíces y las mías se entrelazan y figuran una mano que a otra se aferra y se funde hasta ser una sola mano.

Ahora los insectos que te herían abandonarán tu tronco, tentados por la tierna sustancia que le ofrecen mis raíces.

Cuida mis aves cuando ni una sola hoja de mi cuerpo les ofrezca refugio. Ofrécele alimento a las pequeñas hormigas. Deja que las arañitas te tejan un abrigo con su seda invisible. Y cuando no quede de mí más que un simple esqueleto leñoso, y no sirva más que para alimentar el fuego de los hombres, y entonces me talen. Y cuando el humo de mi cuerpo escape de sus chimeneas y, aferrado a los vientos, te envuelva; piénsame. Juégame con tus hojas reverdecidas, con tus espinos carnosos. Para que no muera, hazme un lugar en las profundidades de tu memoria que yo haré nido en ti como un pequeño pajarito indefenso.

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