martes, 19 de junio de 2012

El cuarto de Tulla



Subo por las adormecidas calles adoquinadas. Desde aquí puedo divisar la negra silueta de Cosme, enfundado en su ridículo traje blanco, demasiado inapropiado para este frío de agosto en Buenos Aires. Ambos nos despreciamos por una riña que tuvimos años atrás; altercado que tendremos la generosidad de olvidar en el momento en que le pague los 20 centavos que cuesta la entrada al burdel. Cosme me abre la puerta con un gesto demasiado teatral, burlón; se lo dejo pasar. Si no fuese esta mi última visita no hubiese dudado en romperle todos los huesos.
Entro. El habitual humo del cigarro me golpea de lleno en el rostro y me despoja de los últimos residuos de sueño. Nada cambió desde la última vez: las lucecitas de colores, el viejo encorvado sobre su bandoneón en la minúscula tarima de madera, la misma puta vieja bailando con el mismo viejo cliente en esta noche eterna que es el prostíbulo. Me acerco a la barra donde Don Pepe ya tiene preparado mi whisky, me informa que Tulla está con un cliente. La espero mientras me entretengo deshaciendo miguitas de pan sobre una olvidada pecera rectangular. Los peces pelean por alcanzar una pequeña tajada del inesperado alimento. Fantasmagóricos se pierden en las aguas demasiado verdosas como para apreciar cuantos son y de qué colores.
“Pero si ha regresado mi niño” La voz de pajarito chillón de Tulla atraviesa el anacrónico salón. Tulla despide al cliente con el que estaba con la frialdad de una cajera de banco y se acerca, alegre se acerca. Su cuerpo baila en cada paso en un frenesí de curvas. También ella esta ansiosa, lo sé porque sin disimular obvia el trago que debería invitarle y me conduce directo hacia el cuarto.
Una vez adentro me besa, “hay mi niño”, y me vuelve a besar. Sólo a mí me permite mordisquearle sus gruesos labios de mulata. “Y mi niño de aquí y mi niño de allá”. Me regaña por tantos meses de ausencia. Graciosa Tulla, solo a ti se te ocurriría llamar “niño” a alguien veinte años mayor.
Dejo que tome mi grueso abrigo de paño, que hurgue en los bolsillos en busca de los caracoles que le obsequio en cada visita. Esta vez no traído muchos pequeños, sino uno grande de una costa africana. Sus ojos se abren de par en par como los de un niño entusiasta y corre a guardarlo en uno de esos frasquitos de colores, repletos de otros tantos caracoles, que yo mismo le he ido trayendo en todos estos años de amantes. Necesita tan poco para sonreír.
Me empuja a la cama y me despoja de mis gruesas botas y mis pantalones. Corre divertida al tocadiscos a poner esa canción movediza de su tierra cubana. Y baila, baila, y en cada giro se quita una prenda. Me gusta como se bambolean sus pechos, su trasero, sus piernas gruesas y con estrías. Ya no es joven pero sigue siendo ágil. Me dejo seducir, mis ojos se llenan de su imagen. “Maní, el manicero ya llegó” y ella es un tótem salvaje que se mueve frenéticamente y me mira y sonríe con una boca llena de perlas blancas.
Tulla no sabe que ya no soy marinero, que en Escocia me espera una mujer enferma a la que no conozco y que asegura ser mi esposa, y un hermano con el que emprenderé un negocio de bebidas. Tulla desconoce que he venido a despedirme de ella para siempre. Y tal vez ese sea el motivo por el que baile como poseída por un extraño ritual. Ya las palabras se anudan en mi tráquea para no salir jamás. Me dolería verla llorar, tanto como si no lo hiciera. Callo y pienso, para mis adentros suelto cuanto debería decir y callaré.
Tulla, mi sirena de tierra:
Ya no llenaré de caracoles tus frasquitos de vidrio, ni habrá mas bailes nocturnos. No me quedaré dormido con tus pezones oscuros entre los labios, ni te oiré quejarte por el precio del pan, ni de las veredas rotas en las que siempre se tropiezan tus zapatitos con tacos. No volveré para ver tu última arruga, ni tu última cana, ni tu último llanto. No sucumbiremos a la lenta degradación de la rutina tomados de la mano.
Sé que podría llevarte. Sé que podríamos escapar a cualquier parte, pero ¿para qué engañarnos? No quiero ser el hombre al que te sientes a esperar en una casa ubicada en un sitio cuyo nombre apenas podrías pronunciar. Tampoco quisiera convertirte en la mujer de la que deba huir.
Tulla, bailarina misteriosa, estos tiempos contigo, estos breves instantes robados al tedio, envueltos por tu risa, por tu baile, embriagados por el sudor caribe de tu cuerpo fueron mis únicos momentos de dicha.
Quiero conservarte así, inmaculada y feliz. Amándonos como los adolescentes que ya no somos. Tu silueta a mi lado, a contra luz. Los frasquitos de colores que brillan con la caricia de un rayo de sol que tímidamente se ha colado por un agujerito de la persiana anunciando la mañana.
Tulla duerme, la miro una vez más antes de abandonar para siempre el burdel. Camino calle abajo emponchado en mi abrigo. El frío húmedo se me enreda en la barba. Una mujer que lleva a un niño de la mano cruza de vereda atemorizada por mi aspecto desolado. Por última vez vuelvo a la mar, esa otra mujer caprichosa.

2 comentarios:

  1. Nada nuevo: un cuento es lo que se escribe, pero es también -como toda obra de arte- el modo en que se lo escribe. "El cuarto de Tulla" es un gran cuento, no sólo por lo que se cuenta, sino básicamente por cómo está contado. Creás, Walter, un clima necesariamente sórdido aunque implacablemente tierno. Los dos personajes son maravillosos. Y uno se queda con ganas de más. A Hemingway le hubiese gustado esta historia, estoy seguro. Gracias. Jorge

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  2. Hola Walter, estuve pispeando y me sorprende el nivel de clímax que generaste en tan pocas líneas. Sin ser un especialista ni mucho menos(más menos que más)diría que lo manejas bastante bien. Algo sabés del asunto. Te dejo un saludo grande, y te invito a pasar cuando quieras por el blog que estoy empezando para compartir impresiones de este planeta y lo que suena adentro cuando lo agitás. Nos estamos cruzando.

    http://divaguesindestino.blogspot.com.ar/

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